Capítulo 2: Caminos que se cruzan II (Continuación)
Sofía suspiró profundamente y fijó su mirada en el lago. Sus dedos continuaron acariciando a Milena de forma casi automática, como si el movimiento la ayudara a encontrar las palabras.
—La verdad es que siempre me pregunté lo mismo —dijo finalmente, su voz apenas un murmullo—. Cuando te fuiste, yo sabía que era lo mejor para ti. Tenías tantas metas, tantas cosas que querías hacer... no quería ser una carga.
Rafael frunció el ceño, confundido.
—¿Carga? ¿Por qué dirías eso?
Ella se encogió de hombros, una sonrisa triste asomando en sus labios.
—Porque yo no tenía grandes planes, Rafa. Mi mundo era este pueblo, el café de mi familia, y… bueno, tú. Pero sabía que tu camino iba más allá de todo esto. Pensé que sería egoísta intentar mantenerte atado aquí.
Rafael sintió que algo en su interior se retorcía. Había pasado años culpándose por haberse alejado, creyendo que ella simplemente había perdido interés. Nunca se le ocurrió que Sofía lo había hecho por él.
—Nunca fuiste una carga, Sofía —dijo, su voz más firme de lo que esperaba—. Si hubiera sabido lo que sentías…
Ella levantó la mirada, sus ojos encontrándose con los de Rafael. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Pero antes de que cualquiera de los dos pudiera decir algo más, Milena soltó un maullido agudo y saltó hacia el agua, salpicando a ambos.
—¡Milena! —exclamó Sofía, riendo a pesar de todo mientras intentaba atrapar a la pequeña Sprigatito.
La tensión se disipó en un instante, reemplazada por risas y chapoteos mientras trataban de recuperar a la traviesa Pokémon. Rafael no pudo evitar sonreír. A pesar de todo lo que había cambiado, algunas cosas seguían siendo exactamente como las recordaba.
Más tarde, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas, caminaron de regreso al pueblo. Milena, ahora empapada pero claramente satisfecha, trotaba delante de ellos. Rafael no podía dejar de observar a Sofía, tratando de imaginar cuántas cosas se habían perdido el uno del otro en esos años.
—¿Qué harás ahora que estás aquí? —preguntó Sofía, rompiendo el silencio.
Rafael se encogió de hombros.
—No estoy seguro. Supuestamente vine a descansar antes de empezar a buscar trabajo en la ciudad, pero… —Hizo una pausa, mirando alrededor—. Hay algo en este lugar que me hace pensar que no quiero irme todavía.
Sofía lo miró con curiosidad.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Quiero aprovechar el tiempo aquí, reconectarme con todo lo que dejé atrás. Y… contigo.
Ella se detuvo un momento, sorprendida por su sinceridad. Luego sonrió, una sonrisa cálida que parecía iluminar todo a su alrededor.
—Entonces supongo que tendré que enseñarte lo que te has perdido.
Capítulo 3: El café y los recuerdos
Al día siguiente, Rafael decidió visitar el café que Sofía mencionó. "La Taza de Milotic" era exactamente como lo recordaba: un lugar acogedor, con mesas de madera oscura y un aroma a café recién molido que llenaba el aire. Sin embargo, ahora tenía un toque más personal. Había pequeños detalles que claramente eran obra de Sofía: dibujos de Milena enmarcados en las paredes, flores frescas en cada mesa, y un tablero donde los clientes podían dejar mensajes.
Sofía estaba detrás del mostrador, atendiendo a un cliente mayor que Rafael reconoció como el señor Julio, un viejo pescador que solía contarles historias exageradas sobre Magikarp gigantes. Milena, por supuesto, estaba acostada sobre el mostrador, supervisando todo con su habitual aire de superioridad.
—¿Rafa? —preguntó Sofía al verlo entrar, sorprendida.
—Pensé que vendría a probar el famoso café de "La Taza de Milotic" —dijo él con una sonrisa—. Y, bueno, tal vez a ver si necesitas ayuda.
Sofía arqueó una ceja, divertida.
—¿Ayuda? ¿Desde cuándo eres un barista?
—Desde nunca —admitió Rafael—. Pero soy bueno lavando platos.
Ella rio y le pasó un delantal.
—Está bien. Si puedes sobrevivir un turno con Milena robándote las bayas, estás contratado.
Ese día, Rafael trabajó en el café junto a Sofía. Al principio, se sintió torpe y fuera de lugar, pero pronto se dio cuenta de que disfrutaba el ambiente relajado y las conversaciones con los clientes. Más que nada, disfrutaba estar cerca de Sofía, viendo cómo interactuaba con la gente con naturalidad y calidez.
Durante una pausa, mientras limpiaban las mesas, Rafael no pudo evitar preguntar:
—¿Alguna vez quisiste salir de aquí? Ver el mundo, hacer algo diferente.
Sofía se quedó en silencio un momento, mirando por la ventana.
—A veces lo pienso. Pero luego recuerdo que este lugar es mi hogar. Aquí están mis recuerdos, mi familia… y mis sueños. Tal vez no sean grandes o emocionantes, pero son míos.
Rafael asintió, entendiendo algo que antes no había visto. Para Sofía, la grandeza no estaba en irse, sino en construir algo especial donde estaba.
Esa noche, cuando cerraron el café, Rafael sintió que algo dentro de él había cambiado. Por primera vez en años, se preguntó si su destino realmente estaba en la ciudad o si había algo más esperándolo en Pueblo Verdehoja.